En lo profundo de una montaña sobre Damasco, Hassan Bashi recorre silenciosamente túneles que alguna vez estuvieron llenos de agua cristalina. Estos pasajes, tallados en la roca, forman parte de un sistema ancestral alimentado por el manantial de Ein al-Fijeh, fuente vital para la capital siria desde hace milenios.

El manantial brota entre las ruinas de un antiguo templo romano en el valle del Barada y ha abastecido a la ciudad con agua potable durante generaciones. Durante los inviernos lluviosos, el agua solía llenar los túneles y envolver las piedras del templo, pero este año, tras la temporada más seca en décadas, apenas queda un delgado hilo de agua.

Bashi, quien trabaja como guardia y operador de bombas en ausencia del ingeniero principal, conserva en su celular un video que muestra el nivel de agua de años anteriores, en contraste con la situación actual.

Este año, el manantial de Ein al-Fijeh ha ofrecido cantidades de agua mucho menores de lo habitual. (Foto: AP)

Ein al-Fijeh es la principal fuente de agua para unos cinco millones de personas. Suministra cerca del 70% del consumo en Damasco y sus suburbios. Hoy, ante una de las peores sequías registradas desde 1956, muchos ciudadanos dependen de camiones cisterna privados que se abastecen en pozos más profundos.

Las autoridades advierten que la crisis podría agudizarse en verano. Ahmad Darwish, director de la Autoridad de Suministro de Agua de Damasco, señala que el manantial opera actualmente en su nivel más bajo registrado. 

Darwish explicó que el manantial se alimenta principalmente de la lluvia y del deshielo de las montañas situadas en la frontera con Líbano. Sin embargo, debido a que este año las precipitaciones han estado por debajo del promedio, el caudal ha disminuido notablemente, ofreciendo cantidades de agua mucho menores de lo habitual.

El sistema de canales que lleva el agua hasta la ciudad tiene raíces en la ingeniería romana, con mejoras realizadas en 1920 y nuevamente en 1980. Actualmente, 1,1 millones de hogares dependen directamente del manantial. 

La situación es crítica: el río Barada, alimentado por Ein al-Fijeh y que atraviesa la capital, también está prácticamente seco.

En barrios como los Abasíes, al este de Damasco, los residentes sienten los efectos. 

Bassam Jbara cuenta que solo recibe agua potable durante 90 minutos al día, cuando en otros años fluía sin interrupción. La falta de electricidad agrava el problema, ya que impide bombear el agua a los depósitos ubicados en los techos. En una ocasión, Jbara y sus vecinos tuvieron que gastar 15 dólares en barriles de agua no potable, una suma considerable en un país donde muchos ganan menos de 100 dólares mensuales.

“La gente de Damasco está acostumbrada a tener agua todos los días y a beber agua del grifo que viene del manantial de Ein al-Fijeh, pero desafortunadamente ahora el manantial es débil”, dice Jbara.